Rockdelux 289 (Noviembre 2010)
Es sabido que los alemanes Can no tenían prisa alguna en componer sus largos temas. Empezaban la sesión aportando un patrón básico y cada uno de los cuatro entraba con su instrumento cuando sentía la inspiración. Nadie aceptaba normas pero todos acataban una disciplina. Podían estar siete u ocho horas grabando de un tirón, y solo paraban cuando sentían que la “improvisación organizada” ya había dado todo lo que tenía que dar. Lüger aprendieron esta dinámica de los fenómenos alemanes y si no fuera porque el cuentakilómetros empieza a contar desde que entran en el estudio de grabación y no hay rebaja de tarifa, sus canciones podrían no tener fin. Llegados de varios puntos de la península pero afincados en Madrid, Lüger no solo es un work in progress en el plano musical. La formación también ha venido moldeándose siguiendo esta orgánica filosofía. Todo comenzó cuando Diego Veiga –antes en Jet Lag– puso a todos en la misma órbita. Y parece haber sellado su estabilidad ahora que Edu García (guitarra, efectos y voces) –capo de Giradiscos y fan del ruido– ha tomado el relevo de un Veiga retirado momentáneamente a sus aposentos coruñeses.
El trío de rock primitivo Tres Delicias, Magic Bus, Imposibles o J’Haybers han sido algunas de las bandas que han fogueado a los cinco de ahora, centrados en una idea común desde diciembre de 2008. “Hasta entonces el grupo no tenía un sonido ni parecido al que tenemos ahora”, matiza Daniel Fernández (voz solista, sitar y bajo), el más rodado de todos. ¿Y a qué suena Lüger? “Con nosotros no funciona la copla de quedarte con tres o cuatro referencias y no ir un poco más allá. Te vas a perder cosas. Creemos que toda la música está conectada entre las diferentes épocas y lo que te suena como krautrock tiene puntos en común con muchas otras maneras de entender la música”, acierta Fernando Rujas “Lopin” (percusiones y voces), comprador compulsivo de discos al que los nuevos giros mercantiles no parecen afectarle. “Nosotros llegamos al rock cósmico alemán desde el rock psicodélico y experimental de finales de los sesenta, pero en algún tema podemos tirar hacia al Canterbury Sound”, aclara Daniel. “También nos han comparado con grupos de ahora como Trans Am, por el ritmo, The Black Angels o Wooden Shjips, que es mi banda actual favorita”, apuntilla Raúl Gómez “Rulo” (batería, theremin, sampler, efectos y voces).
Caos controlado. O, mejor, libertad vigilada siempre bajo el ángulo de tiro de la Luger, una pistola patentada el año que Cuba puso en su sitio a España y que fue utilizada por el ejército prusiano en la Primera Guerra Mundial. La Alemania nazi la popularizó. Ahora, sin Diego Veiga, la parafernalia militar ha dejado de tener protagonismo. Lo que se mantiene es esa unidad de ritmo, un patrón de batería o una línea de bajo, germen de todo tema del grupo. “Casi nunca trabajamos sobre ‘riffs’ de guitarra”, lo que no evitó que alguien muy acostumbrado a ellos cayera en sus redes. Mario Zamora (órgano, sintetizadores y voces) recuerda la anécdota. “Estaba en un concierto del festival Monkey Week del año pasado, en el Puerto de Santa María, cuando un señor vino por detrás y me dio un golpecito en la espalda. Me dijo que nos había visto en directo, que le habíamos gustado mucho y que al día siguiente iba mezclar nuestro disco” –“Lüger” (Giradiscos, 2010)–. Era John Agnello, figura omnipresente del indie rock norteamericano de los noventa, colega de Paco Loco y, a sus 50 años, aún con olfato para saber cuándo el rock lleva una dosis de azufre.
Lüger rellenan un hueco poco o mal cubierto en el rock nacional. La página que coordina Julian Cope (‘Head Heritage’) ya les ha tenido en cuenta y otra web de referencia como es ‘Forced Exposure’ destaca el carácter más contemporáneo que vintage del propio grupo. Eviten las connotaciones cool: los cinco se sienten más a gusto entre botellines de cerveza y torreznos. Y con un instrumento en las manos, claro está. Las jornadas en el local de ensayo se vuelven una aventura. “A veces las canciones entran al local de una manera y salen más tarde totalmente transformadas”. Si llegan dos de los componentes del quinteto al estudio antes que los demás, no esperan por cortesía. Empiezan a tocar. Y si le ven chicha no paran cuando llega el resto, sino que les animan a que sigan por encima. La música surge a bote pronto. “No nos gusta hablar de nuestra propia música, pero a veces es mejor montarte tu propia etiqueta a que te hundan con una que nada tiene que ver”. La prensa no lo va a tener fácil con ellos. Porque no resulta cómodo ponerle un nombre adecuado a ese desfile de robots descontrolados que podemos imaginar mientras suena “Swastika Sweetheart”. Más claro parece citarnos en los pastos más tranquilos del rock cósmico para reconocer esa lírica contaminada que ni termina de descomponerse ni de alzarse al recurso de la épica, que seguro que ni les va ni les viene (“Die sonne muss untergehen!”). O podemos seguir buscando esos hilos casi secretos que unen las escenas musicales a través del tiempo y el espacio, como nos contaba Lopin. La recompensa está garantizada.
Mientras, para ir allanando el terreno, uno ya está pensando en patentar las bases de un nuevo ritmo: el stoner motorik. Por cortesía de Neu! Of The Stone Age. Perdón, Lüger.