martes, 17 de mayo de 2011

ESTRELLAS por Rogelio Sinán

[El 25 de abril de 1902, nace en la isla de Taboga un niño que más tarde bautiza su palabra en la religión del mar y crece en poeta, cuentista y novelista. Rogelio Sinán es el nombre que en las letras adoptara Bernardo Domínguez Alba, para sustentar su original teoría de que el hombre es hijo del padre y de la tierra. Su padre se llama Rogelio. Sinán es la conjunción de Sinaí y Renán.

Cursó humanidades en el Instituto Nacional de Panamá. Entonces sinpatiza con los enciclopedistas. Se graduó en 1923. Empleado del National City Bank, en pocos meses se hastió de balances y marchó a Santiago de Chile, donde amplió sus horizontes como estudiante del Instituto Pedagógico y en el trato de escritores y artistas.

Realizó su gran deseo de vivir en Europa, y en la vieja Universidad de Roma asiste a las clases de Rossi, de Gentile, de Venturi y de Spirito, entre los años de 1925 y 1930. Es entonces cuando, compenetrado con las nuevas corrientes literarias, escribe y publica, en 1929, en Roma, su primer libro de poemas: Onda.

En 1930 está de regreso en Panamá; explica la cátedra de Literatura y Estética y empieza sus luchas por las nuevas direcciones de la poesía. Nostálgico de Europa y con muy escasos medios, vive en París el año 1932. Allí escribe el cuento A la orilla de las estatuas maduras, que los críticos han clasificado como "joya de la literatura nacional". Motivos económicos le reintegraron a su cátedra del Instituto Nacional de Panamá. Entonces prepara su farsa para teatro infantil titulada La cucarachita mandinga, cuya representación, en 1937, en el Teatro Nacional, fue un inesperado y verdadero acontecimiento escénico. El mismo año fue nombrado cónsul general de Panamá en Calcuta, cargo que desempeñó por dos años.

En 1941 organizó y dirigió el Departamento de Bellas Artes, de Panamá, una compañía de teatro popular, que representó diez meses ante el público, y una Biblioteca Selecta, de la que se publicaron veinte números de cuentos, panameños en su mayoría.

En 1943 conquista el Premio Miró con su novela Plenilunio que fue editada en 1947, y que, por su rara técnica y el tema que trata, alzó una gran polémica.

En 1944 publicó Incendio, poema en tres cantos, nacido de una experiencia vivida una madrugada de sobresalto.

Hizo nuevos viajes de tipo cultural. Fruto de sus andanzas por India y China es su libro Dos aventuras en el Lejano Oriente, que publica en Panamá en 1947. En 1948 dicta conferencias en Perú, Chile, Argentina y Uruguay.

Depués, en 1949, publicó Semana Santa en la Niebla, primer premio del concurso Miró, hermoso libro que se apoya, según propia confesión, en las tradiciones de su isla natal, agregó un título a nuestra mejor bibliografía poética y el Ministerio de Educación lo edita lujosamente.

En 1951 recorre las Repúblicas centroamericanas, creando en sus capitales el centro correspondiente a su idea de una gran Asociación Centroamericana de Escritores y Artistas. La comunidad literaria creada con esta campaña tuvo para Panamá gratas sorpresas, y así fue incluida en el Certamen de Artes, Ciencias y Letras que se celebra anualmente en Guatemala y en las ediciones "Clásicos del Istmo", del Ministerio de Educación de dicho país.

En el año 1969, publicó Saloma Sin Salomar, libro que recoge poemas de hace un cuarto de siglo y agrega la mayor parte de su producción postrera, no muy abundante, donde apuntan modalidades que implican una renovación.

El nombre de Rogelio Sinán ha sido la bandera de la literatura nueva de la cultura de Panamá. Actualmente los jóvenes siguen reconociendo su magisterio y como puede advertirse, el aporte de Sinán a nuestra poesía es considerable. Sinán desapareció, de edad avanzada y activo además, en 1994.

Como un necesario homenaje a su memoria, y con el fin de propiciar un mayor acercamiento a su compromiso con la literatura y con Panamá, así como para estimular la creación literaria al más alto nivel de excelencia en toda el área centroamericana, la Universidad Tecnológica de Panamá creó en abril de 1996 un certamen anual y permanente cuyo nombre es "PREMIO CENTROAMERICANO DE LITERATURA ROGELIO SINÁN", el cual se convoca cada 25 de abril, fecha del nacimiento de Sinán.]

Tomado prestado de
panamapoesia.com



En el árbol
de la noche
cuelgan todas!


Quién las irá a cosechar?


Nada!
Que por la mañana
viene el jardinero-sol
y
como ya están maduras
las descuelga...


Maravillosa cosecha!


LAS ESTRELLAS!


Qué jugo claro tendrán!


Extraído de su poemario Onda (1929)


Imagen de las Pléyades.

martes, 10 de mayo de 2011

VAL DEL OMAR, EL SURREALISTA OLVIDADO

Extraído de La Vanguardia, 26/08/2010

Era una mezcla de san Juan de la Cruz y Philip K. Dick, tamizado por Teilhard de Chardin. Tenía seis años más que Lorca y uno menos que Altolaguirre, el más joven de la generación del 27, y sólo ahora la labor que empezó su hija María José y siguieron gente como Eugenio Bonet, Bufill, Huerga, Gubern, Portabella o Erice ha hecho olvidar su olvido. El CCCB abrió el ciclo de cine experimental con su Trilogía elemental de España, el centro José Guerrero de Granada le acaba de dedicar una gran exposición y el Reina Sofía le reserva uno de los momentos estelares de su rentrée de otoño.

En España los creadores o son realistas o son místicos. Val del Omar (1904-1982) cruzó los dos extremos mediante su fe en la ciencia. Amaba las máquinas –vendía en Madrid autos Buick– y tras un viaje a París se compró una cámara con la que rodó una película fallida. El fracaso –150.000 pesetas de la época– le llevó a retirarse a las Alpujarras para meditar. A los amigos que le visitaban les ofrecía un dilema. Les daba a elegir entre una lupa o un imán. Si escogían la lupa, les incluía entre los occidentales; si el imán, entre los orientales; es decir, la razón analítica de Occidente o el arrebato de Oriente. Él, habitante de la Alhambra que había arabizado la caligrafía de su nombre, era el puente. Nacido en la casa de Ángel Ganivet –ahora Museo Falla–, le gustaba citar una de sus frases: “El misticismo español fue la santificación de la sensualidad musulmana”.

Cuando llegó la República, alentado por Manuel Bartolomé Cossío, se alistó, con Lorca, Miguel Hernández o María Zambrano, en las Misiones Pedagógicas, las caravanas culturales que, en una furgoneta o a lomos de mulas y burros, iban de aldea en aldea para desasnar la España educada por curas analfabetos. Hay una foto en la que se ve a Val del Omar explicando Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya a un puñado de campesinos arremolinados en la plaza con las manos en los bolsillos. El cineasta les proyectaba películas de Charlot y del Gato Félix y en ocasiones filmaba sus rostros, que al año siguiente proyectaba en el mismo lugar para que se adentraran en la magia del cine.

Acabada la guerra, aceptó el encargo de emitir eslóganes propagandísticos en una especie de pre hilo musical. “Necesitábamos simplemente comer”, se confesó después. “Quien en 1930 había soñado una cinta del ‘sentido místico de la energía’, su instinto de conservación propia, el hambre de los suyos y (por qué no confesarlo también) la vanagloria de sobresalir, sin tener conciencia de la trascendencia del daño, puso en marcha una polución sonora infernal que, cuanto más tiempo pasa más lo llena de pesadumbre, al sentirme uno de los fundadores de la cretinización colectiva”.

Entre 1953 y 1962 emprendió su trilogía. Una diagonal de Occidente a Oriente que glosara las correspondencias simbólicas del agua/aire (Aguaespejo, sobre Granada), el fuego (Fuego en Castilla, que da vida a las esculturas imagineras de Valladolid como si fuera un thriller metafísico) y la tierra (Ocariño galaico). Inacabada, aún planearía en 1968 una cuarta película, Ojala, sin acento en la a, a lo árabe, que debía ser “el vértice y el vórtice” de su tríptico. Y que hace referencia a su poema. “Quiero verte en los lugares todos/ buscar el agua del abismo, hermana,/morir de Dios por la descarga eléctrica/desquiciarme de amor,/soñar lo que se ama./¡Tonto! Dios está en ti/búscalo en tu cubo de basura./Fisión y fusión, la misma cosa/mira a tu alrededor/y descubre la apetencia eterna./Ojalá que te ayude a saltar/fuera de nuestro yo, de nuestro día, de nuestro orden./Ojalá que te ayude a respirar y arder/sin dejar rastro./Ojalá tires/tu reloj al agua”. Porque Val del Omar creía que “las circunstancias que nos rodean en el espacio de los relojes nos impiden sentir el Tiempo”. Tira tu reloj al agua fue el título que eligió Eugenio Bonet para la reunión del material póstumo del cineasta, una maravilla del cine lírico.

Val del Omar desconfiaba de la palabra y de la cultura encerrada en los libros. Fascinado por el cine, debió leer mucho a Nietzsche para escribir: “Por instinto. Yo quería fugarme del negro de los libros. Quería irme hacia la imagen luminosa. Como las mariposas son atraídas por la luz”. O sentenciar: “Lo intelectual ha provocado un cierto divorcio entre el cerebro y el corazón, entre el instinto y la conciencia. Ha separado el mundo de las cosas y el de las ideas, ha alejado los sentimientos de la gravedad y la lógica, ha incomunicado el arte y la ciencia”. El vértigo del cine, en cambio, ponía remedio a la palabra prostituida por mercaderes y reclamistas, pero –clamaba– no el cine que entontece. “La verdad –decía– es que muchos de nosotros vivimos entre máquinas de ensuciar cerebros, donde conquistar, sugestionar, seducir, alucinar, son actividades encomiables, admitidas como excelentes”. Él no buscaba hipnotizar al espectador, sino despertarlo e integrarlo en esa nueva arquitectura audiovisual.

El cineasta ansiaba un cine o una cinegrafía, como el la llamaba, que materializara su sueño táctil, un cine total. Por eso inventó un objetivo de ángulo variable para que la lente de la cámara imitara la versatilidad fisiológica del ojo humano, es decir, inventó el zoom antes de que los alemanes de Zoomar lo popularizaran. Se anticipó al súper 16 (que utilizaron los hermanos Taviani en Padre padrone doce años después), investigó la diafonía (previa al estéreo), las pantallas grandes y cóncavas (antecedente de sistemas como el IMAX), la visión táctil, los efectos especiales y el desbordamiento panorámico. Ansiaba integrar en el cine incluso olores y sabores y en este sentido es un pionero de la realidad virtual. Y a pesar de todo, murió ignorado en Madrid. Bonet supo que existía gracias al elogio del influyente teórico neoyorquino Amos Vogel. “Val del Omar –escribió su hija, sin disimular la rabia– ha muerto: estaba muriendo en Madrid hace cuarenta años entre el polvo y el caos burocrático. Apenas había conseguido vivir –de milagro– en esta ciudad inhóspita que desprecia cuanto ignora”.





Aguaespejo granadino (versión completa) de Val del Omar