lunes, 21 de enero de 2013

CHILINDRINAS (fragmentos) por Tomás Seral y Casas


[Nacido en la zaragozana calle de La Yedra, su familia era propietaria de la harinera de Alagón. Las  primeras aficiones de Tomás lo llevaron hacia la aviación y la mecánica pero, finalmente, se matriculó en la Escuela de Estudios Sociales (1930-1932), donde se graduó. Antes, con diecinueve años, había dirigido los cuatro primeros números de Vida Alagonesa, publicación consagrada a la citada localidad. Además, el número dedicado por La Novela de Viaje Aragonesa a esa villa, incluyó su breve relato Héctor y yo. Desde 1928, colaboró en La Voz de Aragón, diario en el que hizo críticas de cinematografía y literatura. Un año más tarde, publicó Sensualidad y futurismo, libro todavía no cuajado pero con rasgos prometedores. Y, en 1930, participó en la creación del primer cine-club zaragozano y fundó, con Valero Muñoz-Ayarza, Cierzo. En dicha revista, de la que entre abril y junio salieron cuatro números recogidos en edición facsímil (1995), ejerció como redactor jefe. El carácter republicano de la publicación, aparecida mientras cumplía el servicio militar, deparó que fuera trasladado a San Sebastián, donde ultimó su poemario Mascando goma de estrellas, ya decididamente vanguardista.

A partir de entonces, Seral y Casas estuvo en la punta de lanza de la vanguardia en Aragón. Impulsó los Carteles Líricos de Noreste -quizá la más importante revista literaria aragonesa de la primera mitad del siglo XX-, puso su firma en muchas de las publicaciones literarias españolas más avanzadas, así como en otras europeas y americanas, e intervino en la creación de Cuadernos de Poesía (1935), que totalizó nueve números, algunos editados después de la Guerra Civil. Al desencadenarse ésta, fue incorporado al Regimiento Gerona. Fruto de esos terribles años, concibió sus últimos poemas publicados, uno dedicado a Federico Comps y “Estar cansado tiene plumas”, dado a la imprenta en la Barcelona de 1951. Cuando la contienda concluyó, Seral encargó a José Yarza la adecuación de una librería con sala de exposiciones, Libros, en la zaragozana calle Fuenclara, que trató de sustraerse a la uniformidad del ambiente. En 1945 se mudó a Madrid, donde, en colaboración con su mujer, Gloria Aranda, abrió otra librería, Clan (Calle Arenal, 18). Decorada por Alfonso Buñuel, fue una ventana para asomarse al arte nuevo en la medida que era posible en la España de los cuarenta. También funcionó como editorial, con publicaciones tan interesantes como la serie “Artistas nuevos”, en cuyo número 4 aparecieron, bajo el título “Muerte española”, los dibujos de su amigo Federico Comps, fusilado, con veintiún años, en 1936. La introducción poemática era, precisamente, del propio Tomás Seral.

En 1954, tras fundar la revista Índice, cuya propiedad pronto traspasó, se trasladó a París, donde abrió Cairel, otra librería-galería de arte. El mismo nombre puso a su nueva librería madrileña, ciudad a la que regresó en 1962. Durante todos esos años participó en iniciativas que muchas veces no cristalizaron, viajó, cultivó amistades y, episódicamente, colaboró en algunas publicaciones. Una de las últimas fue el diario zaragozano Aragón Exprés, que en 1972 le otorgó una sección con el título “¿Qué pasa?”.

Si en Huesca fue Ramón Acín quien introdujo el concepto moderno de vanguardia, en Zaragoza fue Seral el creador que capitalizó el movimiento, sin una claridad diáfana, pero sí con una voluntad proclive al cambio. A pesar de su escasa producción, la poesía de Seral y Casas, estudiada por Serrano Asenjo, constituye uno de los más interesantes logros de la literatura aragonesa de la centuria. Se trata de poemas de juventud -publica su último libro, Cadera del insomnio, con tan sólo veinticinco años-, que culminan un ciclo personal, pues en sus versos postreros se advierte un descreimiento en la palabra que confirma su casi total silencio posterior. Si en la primeriza narración, Héctor y yo, no encontramos al Seral que va a ser sino, en todo caso, a alguien que trasuda un inconformismo más convencional que otra cosa, en Sensualidad y futurismo ya vemos asomar la influencia de la nueva sensibilidad desde el mismo título. La búsqueda de una expresión diferente y la carga de intelectualismo nos anuncian al poeta que en 1931 publica los “poemas bobos” de Mascando goma de estrellas. Ludismo y sentido social muy años treinta se juntan en este breve poemario de intensos aciertos y que depara un conjunto insólito en la poesía aragonesa de su tiempo. De mayor unidad y más desasosegado, Poemas del amor violento confirma la originalidad del autor y es para algunos su mejor libro, aunque no para Serrano Asenjo quien, en su certero análisis (1998b), señala que, siendo la más ambiciosa, no es la mejor de sus obras. En ella la impureza “se hace interior y contamina las peripecias de un amor hecho de gestos infantiles y de sexo a partes iguales, y plasmado en moldes neopopularistas de octosílabos y cuartetas asonantadas (…) Sus afectos envuelven un manto de ideales que los desfiguran y que llevan rápidamente al sufrimiento. Sin embargo (…) Seral supera la dolencia con una vuelta a los territorios del sueño y del deseo, que da a sus textos una serenidad, a veces fingida, pero que, en cualquier caso, no será fácil recuperar en páginas ulteriores”. Los poemas de Cadera del insomnio oscilan entre el humor descreído y la agresividad, entre la inadaptación y la impotencia, en una línea de un surrealismo habitual en la poesía española de la época. Por su parte, Chilindrinas, publicado en su primera edición en Buenos Aires, constituye un rebufo de las greguerías ramonianas, donde brilla la inteligencia del autor aun sin llegar a la sorprendente brillantez del fecundo precursor de la vanguardia española. Como Serrano Asenjo ha destacado, “escribir para Seral equivale siempre a un compromiso”, lo que le llevó a un grado máximo de insatisfacción y autocrítica que significó la interrupción de su valiosa obra.

(Tomado prestado del blog de Javier Barreiro)]

"Pajaritas" de Ramón Acín


La pecera es una venganza del buzo.

En invierno, los árboles se ponen las raíces por copa.

A ese calvo barbudo parece como si se le hubiese caído el bisoñé.


Al pasar por el buzón del alcance esperamos que nos llame esa carta que debe de haber para nosotros.

El auricular telefónico está siempre suspendido, como secándose de los chaparrones de palabrería. 


Cuando espantamos las palomas nieva al revés.

Los hombres calvos son en las reuniones los campos de aterrizaje de las moscas


La  luna en  menguante es ese  botón que de pronto nos encontramos roto en  la camisa azul.


A  la  guitarra de  tanto acompañar al  cantaor de flamenco, se le quedó para siempre abierta  la  boca.


La  fotografía de la  mulata vestida de  blanco resulta su  propio  negativo.