martes, 14 de junio de 2011

VIADUCTO por César González Ruano

[La obra poética de César González-Ruano, de modo algo semejante a como ocurre con Agustín de Foxá, ha sido oscurecida por el brillo de sus otras dedicaciones literarias y por el anecdotario que rodea al personaje. Comenzó como poeta, publicando en poco tiempo una decena de cuadernos, casi siempre en edición de autor, que luego se negaría a reeditar. Son versos y prosas que oscilan entre las delicuescencias del simbolismo tardío y las llamativas audacias del ultraísmo. De esa etapa primera destaca Viaducto, un extenso poema que el autor quiso fechar en 1920, en pleno fervor ultraico, pero que no se publicó hasta 1925, cuando ya la vanguardia comenzaba a ser historia (ese año publican sus estudios Guillermo de Torre, que no concede mucha importancia a González-Ruano, y Manuel de la Peña, que lo considera uno de los autores fundamentales). Para Francisco Rivas, Viaducto es «el mejor poema y el más ambicioso que nos ha legado el Ultra»; se trataría de un intento de sintetizar «la gesta moderna, la gesta de una generación, la suya, que en París tomó corno emblema la torre Eiffel y en Madrid el Viaducto [...], un poema nervioso, febril y crispado, un ejercicio de escritura automática que no tiene mucho parangón en nuestras letras. Si hubiera que aplicarle alguna etiqueta, la más apropiada sería la de surrealismo, en adelante una de las constantes de su poesía» [pág. 28].

En los años que van de 1934 a 1945, González-Ruano publica con regularidad poesía, pero esos libros -a pesar de su importancia- apenas suscitaron la atención de críticos y lectores. En sus memorias, Mi medio siglo se confiesa a medias, al referirse a Ángel en llamas, alude a «los escasos estudios que se han hecho de mi obra poética, oprimida por la atención que pudieron despertar otras actividades en mí más populares» [pág. 523]. Entre las entregas últimas, destacan Ángel en llamas y la Balada de Cherche-Midi. El primero es un libro de sonetos que, en opinión de Gerardo Diego, «no se parece a ningún otro de sonetos. Aquí y allí podría recordar a Alberti, a Adriano del Valle y más lejos a Góngora en su esfuerzo por levantar y rizar el verso hasta su propio mito. Pero la vena de César es inconfundible. Y además -cosa que no se puede decir de sus contemporáneos que he citado, aunque le superen en la tersura y destreza melódica, en la técnica del soneto- nunca es frívolo en este libro. Siempre hay una intención y a veces un logro de auténtica profundidad y simbolismo, una rica experiencia de vida» (citado por Rivas, págs. 41-42). La Balada de Cherche-Midi, que toma como modelo al Wilde de la Balada de la cárcel de Reading, tiene su origen en un episodio de la vida de González-Ruano nunca suficientemente aclarado: su detención por la Gestapo en el París de la ocupación. No falta quien lo considere la pieza más sobresaliente de la poesía de su autor y, con cierta hipérbole, una de las más destacadas de la poesía española contemporánea.

Durante los últimos veinte años de su vida, González-Ruano continúa escribiendo poemas, pero ya no se preocupa de publicarlos y apenas de conservarlos. Lo que en él hay de poeta, que era mucho, se vierte a partir de entonces casi exclusivamente en sus artículos, auténticos poemas en prosa muchos de ellos, pero más nerviosos y eficaces, sin el empalago y el manoseo que suele echar a perder la mayoría de los poemas en prosa concebidos como tales.

Tomado prestado de la Biblioteca Virtual de Miguel de Cervantes]



Viaducto del Aire, ya desaparecido,
en la Ciudad Universitaria de Madrid


Viaducto

(Epopeya inconexa y simultánea de 1920)


Dedicatoria

A los objetos inanimados de mi cuarto, y en especial al almohadón que me regaló Esperanza; a los espejos del café; a los hijos de mi amigo Muñoz, enterrador amable, que juegan «a los muertos» y me llaman tío.


Explicación


Una tarde de mirada infinita
moldeaba entre mis manos un poema,
que al doblar una esquina como ave fujitiva
voló para cantar en una rotativa.

VOCES de todos tiempos a veces me llegaban
de los cafés lejanos espejos musicales
y azogados pianos.

Todas se me enroscaban -voces de todos tiempos-
en la garganta náufraga en aguas de pianos
y en músicas de espejos.

Preciso es confesar que los conejos y ratas como gatos
para peleterías caza por encargo el hombre-anuncio
untándose de queso las dos manos.

Yo he visto blancas manos de novias
arañar en el fango de las calles oscuras
donde han perdido algo misterioso.

Y he visto también adioses melancólicos
ciñendo el horizonte blanco y rojo
emigrante hacia América ajitando la lluvia.

A mi madre la he visto lavando su pañuelo
en sonrisas sociales poniéndose los árboles
delante de la cara para ocultar el llanto

mientras el elefante de la niñez
sorbía cubos de oxíjeno ávidamente
con su trompa postiza de goma ortopédica.

¡Dios mío he visto tantas y tantas cosas
que me da miedo contarlas con detalle
sin conocer vuestro corazón que puede ser cardiaco!

Recuerdo una que me hace temblar
como a un ahorcado friolero. Figuraos
que vi a un biplano subirse la media de la bruma

por debajo de la falda de la tarde.
Escupió por la hélice tosió de mala gana
y dejó a su jinete sobre el Mediterráneo.

Yo me quedé frotando mis zapatos
para envidia de pájaros cantores
y el pequeño esquimal de la pantalla

merendaba un sandwich de auroras boreales.
Es en el tranvía dorado del Oeste
donde mejor se aprecia el Polo ardiente.

Arden los esquimales en su hielo
mientras nosotros nos helamos en Agosto.
El lapón barbilindo encierra las estufas

de su aliento que huele a aceite conjelado
mientras el pingüino de Sevres de las galerías Lafayette
sacude de sus alas las etiquetas inaccesibles.

Y he visto muertos muy activos
que llevaban sus ataúdes entre nieblas
sonándose en el sudario sin recato

y a niñas morenitas del color de las aceitunas
con flojos calcetines a rayas encarnadas
bajo el paraguas de un escribano mecer sus muñecas.

Impermeables de China en New York
y kimonos de New York en China
vendían yanquis amarillos y chinos rubios.

He visto tantas cosas terribles y contrarias
que me duelen los ojos y las manos
ante la jesta que os estoy contando.

A una viuda de opereta vienesa
la vi pintando atroces símbolos en los severos muros
del Palacio de justicia mientras chupaba caramelos.

Todos debéis saber que la morsa adulta
cónsul en Dinamarca ahora se hospeda
en Metropolitan-Hotel de Copenhague.

Con estos mismos ojos que os cuentan
con palabras de Abril largos poemas
he visto a Marco polo repartiendo prospectos comu-
nistas con prólogo de Américo Vespucio en tinta china.

¡Lo que han visto mis ojos por entonces!
Datos cuenta que yo era un cojo cínico

que desnudaba damas recitando mis versos.
Jamás me he divertido de tal suerte
como el día que enamoraba a Doña Muerte.

La desnudé con pericia de cardenal romano
diciéndole al oído que era González-Ruano
el poeta cubista de esta vertiente pirenaica.

Cuando oyó mi nombre me dijo: «Te conozco
espero a que tu éxito sea mondo y lirondo
para traerte conmigo. Ya ves que se te aprecia».

Sonaba sus ligas amarillas y negras
como a un ataúd le hace sonar la tierra.
Yo la dije a la Muerte: «Querida

sin tópico te digo que eres lo que más quiero
en esta torpe Vida».
«Lo creo mas no rimes», me contestó graciosa.

Iba a perderme estúpido en argumento falso
como un mal escritor cuando el Viaducto todo
se desplomó en mis ojos.

Ahora lo que pasa pasa por estos ojos
y os podré contar estupendas historias.
La Reina viuda como un solo pendiente

en las azoteas de París riega la cintura de un poeta
con el río moreno de su brazo sin cauce.
Yo lo he visto cuando las estrellas venían dando voces.

Por volar a la diestra del Señor un ángel de cemento
se desprendió del muro y fue volando al cielo.
En nada asombró a los obispos de talla

que celebraban misa en la sillería anteayer subastada.
Medio muerto sin voz y sin corbata
he visto degollada la cuchilla por el cuello del reo

y he visto cómo San Juan Bautista
bailaba el fox con la cabeza de Salomé a cuestas
guiñando un ojo al Tetrarca.

Aplaudía conmovida la Tierra tocando los platillos
de los Polos mientras el mundo plegado era un acordeón
Alemania después de la guerra daba el tono menor.

Jime el viaducto como un violín en mis ojos perdidos
cuando Dios sopla con el carrillo izquierdo
democracias sociales con trajes de mecánico.

Hombres blancos negros rojos y amarillos.
Hombres multicolores pasan presurosos
los hay del color de las turquesas y los hay

a grandes rayas verdes sobre fondo encarnado.
Llegan los viandantes continentales perdidos
y los alegres continentes que no existieron nunca.

El Bautista baila siempre y cae al fondo del mar
sacando el corazón de Salomé que es color de plata.
El vientre del Tetrarca se llena de pasquines cubistas.

Algo estupendo pasa. Carlo Magno nos dice
que César tuvo un novio negro y jigante
que conoció en las Galias y ahora está en la Legión.

Yo me froto las narices con las truchas del mar Rojo
que venden las Pescaderías Coruñesas a bajo precio.
¡Atención! ¡Atención! El Sol cita a la Luna

en el antepalco de un cinema.
El amor no respeta ni al Cosmos.
Cruza rápido un hombre con América a cuestas.

El caballo de bronce de la plazuela
dio una coz al barquillero que enterraron los niños
comían el crepúsculo las criadas echando canela al

muerto. No se sabe cuándo dejarán su fiesta
pero le duelen las manos al que canta
tanto como la voz al que toca el piano.

Ruiseñores colgados de la tarde
querían escribir un texto de armonía
para las ranas jóvenes que sueñan tener alas.

Me enternece mirar cómo las niñas del cementerio
mecen a las tumbas en sus bracitos de lana roja
mientras los cipreses les limpian el moco con ternura.

La mujer que sube en los ascensores pintándose los
labios dejará el carmín por la escalera
al saber que salí hace un minuto.

Parió un caracol la gata mientras cacareaba.
Y las balas de máuser ponen camisas rojas
en los soldados que luchan cantando alegremente al

morir. He visto calles como piernas
poniéndose las medias tendidas en el balcón
donde cosía una camisa la esterera rubia.

Una mano gris vuela el invierno tímido
que pone catedrales blancas en los caminos.
Así el carro llegó lójicamente hasta el altar de San An-

tonio. Las estatuas del jardín comían los racimos
de granizo cuando me subía en aero plano y la rana im-
púber me pidió subir para ver los charcos de arriba

cansada de vivir en los cielos de abajo.
El destroyer persiguió a una sirena
y la violó junto a las rocas siguiendo su camino.

En el circo la hermana San Sulpicio
subía en el camello amaestrado
que dirijía un tonto comiéndose los guantes.

Yo sé que la Gioconda lloraba amargamente
en cuanto levantaba el pintor la pose de la sonrisa
y el modelo del Cristo se ponía las botas lavándose las

llagas. Como no puedo viajar a donde quiero
y cuando pueda no querré me paso el día
viajando dulcemente por la guía.

Compañía de exportación e importación de sueños.
Bajo el cielo del Trópico refresca el corazón
la cordial naranjada de la puerta del Sol.

En el camarote contaremos las etiquetas de los equipajes
y con las nuevas canas se calcula el gasto.
Inútil buscar en la química alemana de post-guerra

el quitamanchas para las aventuras inconfesables.
Por si esto fuera poco olvidamos el Partenón
mirando atentamente la punta del zapato de charol.

Dos tres cuatro o cinco años a lo más
dice el médico examinando el Debe y el Haber
de nuestro corazón alfilerado por bocas insaciables.

Sin embargo necesito vivir yo por mi parte
para jugar al ajedrez mi amor inmenso
sobre tu abrigo blanco y negro.

La prudencia como una perra muerta
queda al paso del tren en dos partida.
Para dos o tres años tiene cuerda mi vida.

El plomo de las nubes derretido aplaude en los cristales.
Mujeres con collares de churros bien dorados
se levantan la falda en el Tobogán de mi memoria.

He de coger la nube más blanca de mañana
para decir adiós desde el puerto huérfano
al batallón que salió hace tres días.

Una ciudad cualquier de la guía
se me ha roto en el pecho dulcemente.
Coged amigos esta congoja insólita.

Cervantes es ese cicerone tuerto con dos brazos
que en Esquivias nos enseña su casa
para ahorrar y adquirir una motocicleta.

En el sleeping las bombillas francesas
cantan coplas de Mérimée tañendo el filamento.
En Medina del Campo podéis tomar una cerveza tibia.

La de todos los años se desmayará este Carnaval
vestida de Pierrot con percalina.
Desabrochadla dulcemente con la cartera.

Yo hice lo del otro en el séptimo día
pero no pienso decirlo en una antolojía.
Buscar el eco de mi voz en la tormenta hijos míos.

El capitán fumaba en su pipa la rosa de los vientos
mientras el niño llorón de los naufrajios hablaba con
el loro y la madre reía en el fondo del mar.

Crispa sus puños el alto Ande de melena cana
y el Pirineo trae este invierno contrabando de algodón
que deja caer sobre la Navarra insomne.

Cuando termine mi carrera de Derecho
pienso denunciar a las chimeneas que falsifican nubes
defendiendo el pleito con la toga de la bruma.

Vinieron los trenes-ambulancias de heridos
con palomas metidas a enfermeras
de heroicos loros de pechuga ensangrentada.

Para conservar un gran amor tened presente
que no conviene quererse demasiado.
Por eso tú y yo reñimos gata mía

en los tranvías del Oeste y en los cinemas
donde dejo la melena sobre tus ojos
para que la recortes con tus largas pestañas.

La comisión de pinos de la Moncloa
protesta de que orinen en sus faldas.
Déjame beber cerveza alemana hasta morir de gusto.

Muñoz tú aunque no entiendes mis poemas
descerrajas los ataúdes hábilmente y me dejas
beber crepúsculos en las calaveras.

El arquero forzaba el nervio curvo
ahora mejor que nunca cable tendido
clavándose en el pecho de los puntos cardinales.

La rotativa se llenaba de pájaros-proclamas
de la aurora cubista donde cantan los patos.
La vaca superpuesta en la imajen jocunda

cuelga de la rama amarilla en un plano anterior.
Nuestra Señora se deshace en la copa de vermú
y el incienso se come con almejas.

Cuando volvía el marinero muerto
enterraban la barca y arrojaban al náufrago
al mar que le cocía en su hirviente puchero.

Los submarinos seguían destripando buques
mientras el Káiser desterrado ponía el estrambote
de su puño crispado al soneto del tratado de paz.

El ama de cría que llega de Asturias
nota cómo la ordeña el edificio de la Inclusa
y pide su sueldo a los aristócratas.

Pío X aplicó una cruz a su palabra
que fue volando con tan vertijinosa hélice
al campo de batalla suplicando la paz.

Hoy no me ha escrito el editor polaco
pero en los árboles circunscritos los poemas
maduran cuando cantan las cigarras.

Al fin de la carrera el galápago ojeroso
atropelló al camión asmático partiéndole una pierna.
Los hemisferios se agrietan zozobrando en camisa.

Encuaderno las hojas del invierno sin brazos
blancas de azúcar fría congo espaldas de muestras
amadas en el tren de la frontera el otro año.

Lloraba su canción el pobre efebo clavándose las es-
quinas en las axilas de un bosque depilado
cuando el adulto enternecido se arrancaba los hígados.

Pavos solemnes arrastran la Nochebuena
llenando de turrón los ojos de las viudas
que nos cogen de la solapa en los tranvías.

El cura protestante comía queso blando
viendo mecerse los patos de Debussy
en la hamaca del violoncelo viudo.

Mi amigo sacaba de sus baúles puestas de Sol
sorprendidas en El Cairo y Alejandría
esperando en el café la obrerita color de lila.

La escalera de caracol echa la baba del Invierno
y el viento ciñe las praderas soñadas
cuando el Otoño cae en el bock de cerveza.

El corazón hiposo que pedían los negros
dando voces y arrojando agua sucia por la boca
late por sí mismo en Belgrado.

Los ataúdes se llenan de novias
suicidándose el horizonte en el espejo
que se ahorca en la estancia del Poeta no nacido.

La sonrisa embalsama los horizontes
cuando tu vientre suave dice su curva entera
y el metropolitano se desnuda de estaciones.

No lo podían decir mis ojos sordomudos
pero las torres de la catedral gótica
cosen a las nubes por la cintura sin confín.

Ayer me trajeron en camilla de lona
roto para siempre el impermeable azul
que me compró Ferrer en Barcelona.

Se cuelga tu palabra morena y verde
del arco iris bajo el que pasa el tren militar.
No temas con la misma corbata volveré de la guerra.

No entendieron mi poema pero siglos desnudos
se bañan en la Obra llamándome Poeta
viniendo de puntillas por no turbar mi sueño.

Cuando ardía el crepúsculo en la sortija
el viento a mis pies tendido en un rumor
de yerba se hizo como un cordero.

Avanza el verano sobre la escarcha patinando
con un Agosto pueril e insospechado entre los brazos
que mecen la revolución rusa azul-naranja.

El proyecto de ley propone con voz clara
que la Primavera sea en Enero para favorecer
a los agrícolas andaluces que esperan la cosecha.

Arrastra al temporal cantábrico el pulpo joven
que tira con sus patas neumáticas del fleco de las olas
deshaciendo la cama de los Tritones perezosos.

Al salir del teatro la niña se subía
en las chimeneas del Hotel cosmopolita
llenándose de humo la garganta y los pantaloncitos

blancos. En el té de las cinco servirán esta tarde
sonrisas de tanguista pedigüeña
con mermelada y sangre de Teniente cojo.

Las barbas del abuelo de la Marcha triunfal
el nieto sin remilgos las cortaba riendo
para llenar con ellas el colchón de la boda.

Desconsolado muere el héroe sin haber podido
coser el roto que la cruz le hizo en el corazón
que sale entre sus uñas bien pulidas.

La taberna de Londres cargada de marinos
vomita sobre el Sena una baraja
y arde en la chimenea la nariz del banquero.

Nadie entendió ayer por la mañana
el anuncio de guerra pirenaica
que en la bolera el versolari canta.

El gallo blanco y filatélico incendia vengativo
la aldea castellana que arde y chilla
con el cacarear de estrellas en el Alba.

La alemana pianista limpió los dientes al piano
con el estropajo de sus dedos que mojaba en cerveza
mientras todos leíamos el diario y el menú.

El batallón que cruza la ciudad dormida
se vistió con las colgaduras dejando en los balcones
nubes blancas rojas y azules que gritan Viva Francia.

Cuando el japonés llegó a Inglaterra lloraba horrible-
mente viendo que sin sol no haría sus juguetes preciosos
que hacen dar saltos de colores a los niños.

Se metió las casas en los bolsillos el cacique
dejando la comarca en el campo picudo
que se clava en el pecho de los mozos.


La cabeza del apuntador en la concha del Coliseo
resultó una perla que la actriz inglesa
se montó al aire en un aro de suspiros.

El Hospital dando ventana con ventana
tiritando y borracho de cloroformo
cayó en la esquina como un mendigo de ladrillo.

Dejó a los árboles pelones la muda de la pluma
cuando el otoño hizo caer la hoja de las aves
que corrían piando por la estepa helada.

Dejaban entre el barro los chapines
huyendo del incendio de unos ojos
que quemaron sus cuerpos deseados.

Mañana cantará la cabeza cortada.
Atiende y préstame los ojos tranquilos
mientras el mono bebe su caldo.

Calamar vierte tu estilográfica
sobre el poema que no debe entender el tonto.
Los ventiladores elevan el café en nubes de palabras.

Pasan los vinos que emborrachan sin beberlos
y los poetas cantan desde sus árboles
arrojando la lira a los cerdos hambrientos.

Voces de todos tiempos a veces me llegaban...
Aquí el Viaducto sin fin vuelve a pasar entero
nuevamente por mí y yo por él

y él por todo y todo por nosotros.
¡Hasta nunca y siempre objetos!
Hélas!